Cierto día caminaba por el
centro de Papantla, Ver. Cuando un par de viejecitas me detuvieron con una
sonrisa y un inusual saludo — ¿Cómo está usted, Padre Juan? – — No, señoras, yo
no soy Juan y tampoco Cura — Les respondí con amabilidad. La sonrisa de las
ancianitas se borró de golpe y avanzaron dificultosamente sin decirme adiós.
Después supe que me habían confundido con un joven sacerdote recién llegado ala
Parroquia local.
No es la primera vez que me
confunden con otra persona. Por ejemplo, un día bajando del avión, en el
aeropuerto Tajín, se me acercó una reportera de un diario local para pedirme
una entrevista exclusiva; en otra ocasión, unas jovencitas estudiantes del
CONALEP me solicitaron una beca; en otra, un borracho me mentó la madre afuera de
un oxxo. Una vez, un matrimonio de jubilados me agradeció la pavimentación de
su calle y otra, un grupo de personas aprobaron con su dedo pulgar extendido
hacía mí, las fuentes danzarinas del Parque Reforma de Tuxpan… Todos ellos me
habían confundido con @Beto_Silva_R , el exitoso y dinámico alcalde tuxpeño.
La escena se repite con
cierta frecuencia: Alguien se me acerca con la mano extendida, una sonrisa
nerviosa y me dice – “Gracias Beto por…..” . Yo me sonrojo, respondo al saludo
y amablemente aclaro – Yo no soy Beto Silva — — Pues se parecen mucho— suele
ser la respuesta. Mutuas disculpas por la confusión y hasta luego. Quiero hacer
énfasis en que siempre aclaro la equivocación y nunca me he aprovechado del
supuesto parecido. Por ejemplo, en las fonditas o taquerías donde me dicen
“cortesía de la casa, licenciado Beto” y yo les respondo con un suspiro y
llevándome la mano a la cartera “soy ingeniero y no soy Beto”
Ayer, por ejemplo, iba
camino a mi oficina, serían las 2 de la tarde y afuera del mercado, un hombre
le metía una tunda a su pequeño hijo de unos cinco años de edad. El violento
padre alternaba manazo y coscorrón con precisión mecánica zaz, zaz, zaz, subía
y bajaba la mano del padre, y moles, moles, a donde cayera el chingadazo. El
niñito lloraba quedamente, con estoicismo, zarandeado de a uno a otro lado,
mientras su joven madre observaba paralizada de espanto, sin atreverse a
protestar y cargando todas las bolsas del mandado. A mi parecer la fuerza era
desmedida, por muy mal que se hubiera portado el chamaco. Entonces, me llené de
coraje y me acerqué al hombre, detuve la mano que azotaba y le exigí con
firmeza — Deja de pegarle al niño, no seas cabrón – Unos ojos como de fiera se
voltearon a verme, por un momento pensé que aquel fortachón me tiraría un
golpe, pero su rostro cambió de la ira al asombro y en vez de tirarme un golpe,
se quitó el sombrero y me extendió la mano. — Discúlpeme, licenciado Beto, es
que el niño me sacó de quicio – Era obvio que el rudo hombre me estaba
confundiendo con Beto Silva. Normalmente hubiera aclarado la confusión “Yo no
soy Beto” Pero esta única vez, continué en el papel: le tomé la mano con un
apretón severo y seco. Dejé el saludo para sentenciar con el índice agitado
pausadamente frente a su rostro – No quiero ver que le vuelvas a pegar al niño,
por mucho que te haga enojar ¿Te quedó claro?—El hombre apretaba el sombrero
entre sus manos – Si, licenciado Beto, le prometo que no volverá a suceder –
luego volteó a ver a su esposa — vieja, ven, saluda al licenciado – La joven
señora se acercó tímidamente hacía mí, saludó con la puntita de los dedos y
retiró su mano de inmediato. A todo esto, el niño miraba sollozando la escena
sin entenderla del todo pero comprendiendo que yo le había ahorrado al menos la
mitad de la tunda. Sin mediar palabra me retiré del lugar de los hechos y me
subí de inmediato a un bus que estaba en la parada cercana. Los mirones se
habrán sorprendido que el supuesto alcalde usara el transporte colectivo para
llegar a su oficina, los héroes suelen usar autos como el Batimóvil o
camionetas grandes y lujosas, pero esta vez, a Super Beto se le hacía tarde y
tenía que tomar el micro. Pagué el pasaje y me senté del lado sombra. Cuando el
bus se puso en marcha y la brisa entró por el cristal roto, me puse a pensar si
habrá en el mundo alguien a quien detengan por la calle y le digan — Ingeniero
Alexander, ¿como está usted? Y él responda “No soy ingeniero, ni me llamo
Alexander”