El tío Juan es una persona bastante singular. Soltero
empedernido, siempre anda algo desaliñado y viste un poco raro. Tiene el cabello
ondulado, un rostro agradable y una mandíbula poderosa que, a su edad, logra
arrancar algún suspiro a más de una fémina despistada. Hasta las jovencitas lo
consideran “un señor guapo”; la única nota discordante en la agraciada faz de
este galán otoñal es un enorme hueco entre su blanca dentadura; es decir, está
chimuelo. Además tiene un tic: a veces, por el espacio de su diente chimuelo
asoma involuntariamente la punta de su lengua.
De joven se fue a
estudiar al DF porque quería ser ingeniero, pero de algún modo dejó las matemáticas y se pasó a la facultad
de filosofía y letras donde se sintió como pez en el agua.
Inquieto como todos los jóvenes, el tío Juan se juntó con
otros estudiantes foráneos que radicaban en el DF y formaron un grupo de rock
llamado ostentosamente “los Dreamers”.
Eran los últimos años de la década de los 60´s y las
acarameladas canciones del rock and roll iban dejando el paso al Rock, así, a
secas. La juventud comenzaba a experimentar con música más progresiva, más
pesada y escandalosa. “Música de marihuanos” decía la dueña del cuarto donde se hospedaba el tío
Juan, horrorizada ante aquellos greñudos
que se juntaban a dar de gritos y guitarrazos y que tocaban de a gratis donde les dieran
permiso de tocar.
Diversos eventos impidieron que el tío Juan llegara a ser un
profesionista; se convirtió en carpintero, de los buenos. Lejos ha quedado esa
época en la que cantaba a grito pelado covers de los Rolling Stones, pero aun
conserva la habilidad con la guitarra y el gusto por la música. Tiene buena
voz, pero el espacio abierto entre sus dientes es aun más notorio cuando canta.
Hace poco me lo encontré en una fiesta familiar. Después de
unos tragos y canciones, ya entrados en confianza le pregunté acerca de su
dentadura: ¿Tío, porque no te tapas esa ventana que se te ve tan fea? –
El tío Juan suspiró; le dio un trago a su cerveza y me dijo
– para no olvidar ---
--- ¿Para no olvidar que?
--- Para no olvidar que de chamaco, cuando estudiaba en
México, tuve una novia que se
llamaba Sofía.---
--- No manches, tío. ¿Estás chimuelo por un recuerdito de una novia
de juventud? --- Le pregunté socarronamente.
El tío Juan encendió un cigarrillo, y dejó la guitarra de lado; señal de
que iba a contar algo bueno –
---Mi novia era una
jovencita que además de bonita era muy aguzada, tenía buena voz y le encantaba la política. Siempre andaba en
mítines y manifestaciones. Tú sabes sobrino, que a mí
la polilla ni fu ni fá, lo mío siempre ha sido la música; pero ella me
arrastraba con su entusiasmo a sus arguendes, y yo que la quería tanto, pues
con gusto le acompañaba.
Un día me convenció de ir a uno de sus mitotes. Quedamos de
vernos en el centro. Habría una manifestación en la plaza de Tlatelolco, una
grande. Pues ahí me tienes gritando consignas por encargo de mi novia. Este
puño si se ve, este puño si se ve … así
caminando hasta Tlatelolco. Cuando llegamos, unos chavos, de los líderes, empezaron a hablar; bla bla bla y yo en la baba, ni los escuchaba;
estaba aburridísimo. De repente, todos comenzaron a correr, en estampida. Unos
venían gritando que estaban balaceando a
los manifestantes. Se oían truenos que
después supe que eran disparos, gritos, mentadas. Tomé de la mano a Sofía y
comenzamos a correr como locos. Pero la masa de gente espantada corría en todas
direcciones tropezando unos con otros. Trastabillamos, caímos al suelo y nos pisotearon. Cuando al fin pude levantarme,
Sofía no estaba a mi lado. Empecé a buscarla a gritos, entre los rezagados que
huían, entere los heridos que estaban tirados en el piso y nada. Llegaron unos soldados y me agarraron, me llevaron
a empujones, junto con otros chavos, a la parte trasera de un camión militar.
Todos estábamos callados, cagados del miedo, sin saber a dónde
nos llevaban ni lo que nos iban a hacer. Cuando el camión se puso en marcha,
uno de ellos me preguntó. --- A ver tú, cabrón, ¿qué venías gritando? ---
--- Yo nada – le dije, temblando.
--- No te hagas pendejo, ¿qué venías gritando? – Otro soldado
me torció el brazo y me hizo hablar.
--- Veníamos gritando que este puño si se ve ---
El gorila sonrió --- Este puño es el que si vas a ver, hijo
de la chingada --- Me dio un puñetazo y me voló el diente. Estuve preso una
semana, incomunicado. Cuando me soltaron, fui a buscar a Sofía. La busqué en el
cuarto que rentaba, pregunté por ella a sus amigas, y nadie sabía nada. Fui a
la Cruz Roja, a los hospitales, a las delegaciones… nada. Un conocido me dijo que sabía de buena fuente
que se la habían llevado al Campo Marte --- De ahí nadie sale vivo, mi
chavo-- me dijo ominosamente; una chica
que venía con él, lo contradijo --- no seas hablador, no le creas nada a este
loco, Juan. A mí se me hace que se regresó a su pueblo … ---- La busqué durante semanas, meses…con el
tiempo perdí la esperanza. No sé qué pasó con ella, la verdad... La cosa es que
no me pongo el diente para no olvidarme
de Sofía, mi novia … el día que perdí este diente, también la perdí a ella ---
--- Estás muy wey, tío, ya lo pasado, pasado. ---
Un metiche le dijo -- búscala por Face Book---
Alguien de por la sala gritó: Música Juanito, Arráncate con “Macondo”.
El tío Juan aplastó el cigarro en el cenicero; tomó la
guitarra y su suave voz de barítono vibró en el aire “Los cien años de Macondo suenan, suenan en
el aire …” Y la punta de su lengua se asomó por el espacio del diente chimuelo,
cicatriz de un amor perdido.
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