“El
último tequila de Pancho Villa”
By
Alexander Galué Rivera.
No la conozco más allá del saludo, pero a fuerza de
coincidir con ella en el estacionamiento del edificio, sé que es soltera, sin
hijos, probablemente divorciada, tendrá unos cuarenta años de edad y se mata en
el gimnasio para lucir una figura que cada día le cuesta más mantener: Senos de
buen tamaño, redondos y desafiantes, cintura estrecha y piernas largas. Incipientes
arrugas tapadas con discreto maquillaje, pelo teñido de rubio y lentes de pasta
gruesa que le dan un toque de maestra de anuncio de colegio de paga (de esos
que te hacen pensar qué si las maestras están así de buenas, me inscribo aquí.
Ya inscrito te das cuenta lo que es la publicidad engañosa).
A veces va al karaoke, tiene un maestro de Yoga, que pensé
le daba algún servicio extra, pero un día me lo encontré (si, al maestro de
yoga) con su novio en el cine, y supe que las clases se limitaban
exclusivamente a contorsiones y filosofía Brahmánica. Además, es doctora, y porta su bata, como
todos los médicos, con orgullo mal disimulado.
Nunca antes le había hablado, hasta ése día que en el
gimnasio se me ocurrió entrenar con un compañero de un peso muy superior al
mío.
Les comento: Desde mi época universitaria, practico el
boxeo para mantenerme en forma. No es lo que llamaría un deporte violento
(nunca he visto un boxeador con fractura expuesta de tibia y peroné, como a
veces ocurre en el fútbol, por ejemplo) pero si que es una actividad de alta
demanda física, y además requiere de táctica y estrategia, es decir,
concentración mental, y ése día que me enfrenté a un rival que estaba dos
divisiones por encima de la mía, estaba medio desconcentrado.
Me mantuve en pie gracias a mi agilidad para esquivar los
golpes y mi capacidad técnica, pero el daño ya estaba hecho, en las regaderas
noté que mi cuerpo presentaba sendos moretones y para la media noche no
soportaba el dolor en las costillas, como pinchazos de fuego. Fueron esas
agujas quemantes las que me hicieron atreverme a llamar a la puerta de mi
vecina, la doctora.
Venciendo la pena, toqué suavemente a su puerta. En el
interior de la casa se prendió un foco, se entreabrió una cortina y se abrió la
puerta. Apareció ella, en un pantalón de pijama y una blusa que después me di
cuenta, se transparentaba a contra luz.
--Buenas noches, doctora--- dije apenado --- disculpe que
venga a molestarla tan tarde, pero tengo un dolor muy fuerte debido a un golpe
que recibí aquí en el abdomen– me excusé con timidez.
--¿Pleito de borrachos? Me preguntó con dureza.
-- No bebo…practico el boxeo y me dieron unos golpes que me
duelen mucho --
--debe ser un dolor muy fuerte para que venga a verme a
ésta hora --- Me reprochó ella con el ceño fruncido.
-- Si, doctora, bien intenso el dolor. Pero si no me puede
atender, lo comprenderé… ya es muy noche – fingí estar dispuesto a retirarme,
pero ella me detuvo con un gesto de la mano.
-- Hice un juramento (el de Hipócrates). Así que pase, está en su casa— Dijo con un
suspiro de resignación.
Entramos y en el recibidor pude notar un gran retrato de
Pancho Villa rodeado de luces de colores; me di cuenta que se trataba de un
altar.
En el altar, el retrato del General Revolucionario estaba
entronizado, como si fuera un santo. Había dos floreros a manera de ofrenda con
sendos ramos de rosas, un tazón lleno de monedas y una botella de tequila
flanqueada con dos pequeños vasos tequileros.
No pude resistir la tentación y levanté la botella para ver
la etiqueta. Pura curiosidad, ya que no bebo. La doctora se escandalizó
--¡No la hubiera levantado!, ¡ahora tendremos que tomarnos
un caballito a salud del General! –
---¿Cuál caballito?, ¿de cuál General? –
--De mi General Villa – Dijo ella apuntando con el mentón
el altar.
--pero…--
--Nada de peros, mi General es muy celoso. Ande, tómelo de
un solo trago – Dijo mientras servía el tequila.
--- Lo que pasa es que…---
--- Nada de peros, le digo. Además, por su culpa yo también
tendré que tomarme uno –
Me alcanzó el vaso y yo lo bebí de un sorbo. Ella también
lo bebió, echando la cabeza hacia atrás, dejándome ver la blanca piel de su
cuello hasta donde el cuello se convierte en escote. Después volvió a llenar
los vasitos tequileros
– tenemos que tomarnos
otro --- me dijo.
Traté de disipar los ardientes vapores etílicos de mi
garganta y rechacé el trago
---no, gracias,
doctora, ya le dije que no bebo demasiado ---
Pero ella no atendió mi negativa.
--- Yo tampoco estoy acostumbrada a beber, pero es de a
fuerza. Se me olvidó que antes de tomarnos el tequila teníamos que brindar con
mi General, y ya le dije que es muy celoso, así que no se haga de la boca
chiquita y beba hasta el fondo – me dijo con autoridad que no pude rebatir.
No me quedó más
remedio que levantar el vaso hacia el retrato de Villa, a manera de brindis, y
beber de un sorbo el quemante licor. Ella hizo lo mismo, después me hizo pasar
a la sala y me pidió que la esperara mientras iba por su maletín médico para
revisarme.
Mientras se alejaba, vi que el ejercicio mantenía todo en
su lugar. De espaldas parecía quince años más joven, además, el tequila le
había alegrado los pasos.
La observé caminar hasta que desapareció tras las cortinas
que dividían la sala del resto de la casa, luego me puse a curiosear su
librero: un mueble color caoba, macizo y grande. La mayoría de los libros eran
literatura médica especializada y viejas enciclopedias, pero en el entrepaño
superior había una nutrida colección de libros metafísicos, desde Alan kardek
hasta Karen Lara, pasando por Conny Méndez.
La doctora regresó y me encontró husmeando sus libros.
Traía los lentes de intelectual engarzados y la bata de doctora puesta, pero la
misma blusa semitransparente con la que salió a recibirme. Los botones de la
bata estaban desabrochados y sus redondeadas formas se podían apreciar bajo la delgada
tela, incluso, los oscuros manchones que coronaban sus erguidos senos. Un
deleite para mi vista.
---¿Le gustan? – me preguntó mirándome a los ojos.
--¿Qué si me gustan qué? – me sonrojé hasta el pecho.
---Los libros. ¿le gusta leer? —me dijo señalando el
librero con una mano. En la otra sostenía su maletín de doctor.
--- Ha! Si…me encanta leer, pero debo aceptar que la
literatura metafísica no es mi fuerte --- Dije señalando el libro de Alan
Kardek.
--- Estrictamente hablando --- dijo ---toda literatura es
metafísica, así sea un manual para ingenieros o un libro de anatomía ¿no cree?
–
--- interesante su punto de vista, doctora. Entonces debo
corregir: aunque he escuchado acerca de ellas, no conozco la obra de Karen Lara
ni la de Conny Méndez—
--pues le recomiendo que empiece a conocerlas. Si gusta le
presto un libro, el que usted escoja –
--- Si, muchas gracias, doctora. Por cierto, no encontré en
el librero ninguna biografía de Pancho Villa, y por lo que veo, usted lo admira
mucho –
--- Es más que admiración—dijo ella, enfática. Luego
agregó--… Y ya sé todo de mi General. Por ejemplo, que es muy milagroso y que,
si le tenemos su altar iluminado y no le falta su vasito de tequila, nos da
carácter para enfrentar todos los problemas que se nos presenten, aún los más
difíciles— Abrió el maletín y sacó de su
interior una lamparita y un estetoscopio.
---desabróchese la camisa—me ordenó.
Yo la miré a los ojos mientras terminaba de desabrochar el
último botón de mi camisa. Le mostré el pecho lleno de moretones.
---Lamento contrariarla, doctora, pero todos los biógrafos
de Villa coinciden que el General era estrictamente abstemio –
---¿qué quiere decir? – me miró sorprendida
---que su General no tomaba ni una sola gota de alcohol, además,
odiaba a los borrachos –
--- ¡Cómo que mi General no tomaba tequila!, entonces ¿qué
tomaba? -- Parecía que la doctora había recibido un derechazo.
---tomaba malteadas de fresa – Le contesté. Ella chistó
incrédula y la luz de la lamparita me hirió los ojos.
---¿malteadas de fresa?, es lo que toma mi instructor de
Yoga --- dijo con un gesto de desilusión.
---¿y su instructor de Yoga no merece un altar? – pregunté
socarronamente.
--- pues si, pero de otro tipo – Dijo ella, palpándome los
moretones que me cubrían las costillas. –oiga—me dijo alumbrándome el pecho con
la lamparita– mire que moreteado está, que tranquiza le arrimaron, debería
encomendarse a mi General antes de subirse al ring, así no le iría tan mal –
Yo repliqué --- ya le dije que a Villa no le gustaba el
tequila.
--- pues póngale sus malteadas de fresa— me dijo como quien
reprende a un bobo. Luego agregó ---pobre de mi General, a él que le encantaban
las malteadas y yo poniéndole su botellota de tequila. ¡Qué bárbaro!, se ponía
borrachito y me hacía los milagros alrevesados. Yo creo que por eso cuando le
pedí un novio me mandó primero a mi maestro de Yoga… y luego a usted, que es
boxeador, y así moreteado ¿para qué me sirve? ---
---sería cuestión de investigar--- suspiré.
---¿le duele aquí? – me preguntó presionando su mano contra
mi pecho.
--si, mucho—ahogué un quejido.
--¿y aquí?—
--ahí me duele menos, doctora --
--¿y acá? —
--no, doctora, ahí ya no me duele nada, nadita--
La doctora palpó mi abdomen, donde había moretones y donde
no los había. Cerré los ojos y dejé que me auscultara todo lo que quisiera. El tequila había disipado el dolor y en el
altar del recibidor, Pancho Villa sonreía, pícaro, con los ojos achispados por
los vapores del tequila.
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