google.com, pub-3435181644107017, DIRECT, f08c47fec0942fa0 PARA COMERTE MEJOR: El último tequila de Pancho Villa

domingo, 26 de junio de 2016

El último tequila de Pancho Villa

“El último tequila de Pancho Villa”
By Alexander Galué Rivera.

No la conozco más allá del saludo, pero a fuerza de coincidir con ella en el estacionamiento del edificio, sé que es soltera, sin hijos, probablemente divorciada, tendrá unos cuarenta años de edad y se mata en el gimnasio para lucir una figura que cada día le cuesta más mantener: Senos de buen tamaño, redondos y desafiantes, cintura estrecha y piernas largas. Incipientes arrugas tapadas con discreto maquillaje, pelo teñido de rubio y lentes de pasta gruesa que le dan un toque de maestra de anuncio de colegio de paga (de esos que te hacen pensar qué si las maestras están así de buenas, me inscribo aquí. Ya inscrito te das cuenta lo que es la publicidad engañosa).
A veces va al karaoke, tiene un maestro de Yoga, que pensé le daba algún servicio extra, pero un día me lo encontré (si, al maestro de yoga) con su novio en el cine, y supe que las clases se limitaban exclusivamente a contorsiones y filosofía Brahmánica. Además, es doctora, y porta su bata, como todos los médicos, con orgullo mal disimulado.
Nunca antes le había hablado, hasta ése día que en el gimnasio se me ocurrió entrenar con un compañero de un peso muy superior al mío.
Les comento: Desde mi época universitaria, practico el boxeo para mantenerme en forma. No es lo que llamaría un deporte violento (nunca he visto un boxeador con fractura expuesta de tibia y peroné, como a veces ocurre en el fútbol, por ejemplo) pero si que es una actividad de alta demanda física, y además requiere de táctica y estrategia, es decir, concentración mental, y ése día que me enfrenté a un rival que estaba dos divisiones por encima de la mía, estaba medio desconcentrado.
Me mantuve en pie gracias a mi agilidad para esquivar los golpes y mi capacidad técnica, pero el daño ya estaba hecho, en las regaderas noté que mi cuerpo presentaba sendos moretones y para la media noche no soportaba el dolor en las costillas, como pinchazos de fuego. Fueron esas agujas quemantes las que me hicieron atreverme a llamar a la puerta de mi vecina, la doctora.
Venciendo la pena, toqué suavemente a su puerta. En el interior de la casa se prendió un foco, se entreabrió una cortina y se abrió la puerta. Apareció ella, en un pantalón de pijama y una blusa que después me di cuenta, se transparentaba a contra luz.
--Buenas noches, doctora--- dije apenado --- disculpe que venga a molestarla tan tarde, pero tengo un dolor muy fuerte debido a un golpe que recibí aquí en el abdomen– me excusé con timidez.
--¿Pleito de borrachos? Me preguntó con dureza.
-- No bebo…practico el boxeo y me dieron unos golpes que me duelen mucho --
--debe ser un dolor muy fuerte para que venga a verme a ésta hora --- Me reprochó ella con el ceño fruncido.
-- Si, doctora, bien intenso el dolor. Pero si no me puede atender, lo comprenderé… ya es muy noche – fingí estar dispuesto a retirarme, pero ella me detuvo con un gesto de la mano.
-- Hice un juramento (el de Hipócrates).  Así que pase, está en su casa— Dijo con un suspiro de resignación.
Entramos y en el recibidor pude notar un gran retrato de Pancho Villa rodeado de luces de colores; me di cuenta que se trataba de un altar.  
En el altar, el retrato del General Revolucionario estaba entronizado, como si fuera un santo. Había dos floreros a manera de ofrenda con sendos ramos de rosas, un tazón lleno de monedas y una botella de tequila flanqueada con dos pequeños vasos tequileros.
No pude resistir la tentación y levanté la botella para ver la etiqueta. Pura curiosidad, ya que no bebo. La doctora se escandalizó
--¡No la hubiera levantado!, ¡ahora tendremos que tomarnos un caballito a salud del General! –
---¿Cuál caballito?, ¿de cuál General? –
--De mi General Villa – Dijo ella apuntando con el mentón el altar.
--pero…--
--Nada de peros, mi General es muy celoso. Ande, tómelo de un solo trago – Dijo mientras servía el tequila.
--- Lo que pasa es que…---
--- Nada de peros, le digo. Además, por su culpa yo también tendré que tomarme uno –

Me alcanzó el vaso y yo lo bebí de un sorbo. Ella también lo bebió, echando la cabeza hacia atrás, dejándome ver la blanca piel de su cuello hasta donde el cuello se convierte en escote. Después volvió a llenar los vasitos tequileros
 – tenemos que tomarnos otro --- me dijo.
Traté de disipar los ardientes vapores etílicos de mi garganta y rechacé el trago
 ---no, gracias, doctora, ya le dije que no bebo demasiado ---
Pero ella no atendió mi negativa.
--- Yo tampoco estoy acostumbrada a beber, pero es de a fuerza. Se me olvidó que antes de tomarnos el tequila teníamos que brindar con mi General, y ya le dije que es muy celoso, así que no se haga de la boca chiquita y beba hasta el fondo – me dijo con autoridad que no pude rebatir.
 No me quedó más remedio que levantar el vaso hacia el retrato de Villa, a manera de brindis, y beber de un sorbo el quemante licor. Ella hizo lo mismo, después me hizo pasar a la sala y me pidió que la esperara mientras iba por su maletín médico para revisarme.
Mientras se alejaba, vi que el ejercicio mantenía todo en su lugar. De espaldas parecía quince años más joven, además, el tequila le había alegrado los pasos.
La observé caminar hasta que desapareció tras las cortinas que dividían la sala del resto de la casa, luego me puse a curiosear su librero: un mueble color caoba, macizo y grande. La mayoría de los libros eran literatura médica especializada y viejas enciclopedias, pero en el entrepaño superior había una nutrida colección de libros metafísicos, desde Alan kardek hasta Karen Lara, pasando por Conny Méndez.
La doctora regresó y me encontró husmeando sus libros. Traía los lentes de intelectual engarzados y la bata de doctora puesta, pero la misma blusa semitransparente con la que salió a recibirme. Los botones de la bata estaban desabrochados y sus redondeadas formas se podían apreciar bajo la delgada tela, incluso, los oscuros manchones que coronaban sus erguidos senos. Un deleite para mi vista.
---¿Le gustan? – me preguntó mirándome a los ojos.

--¿Qué si me gustan qué? – me sonrojé hasta el pecho.
---Los libros. ¿le gusta leer? —me dijo señalando el librero con una mano. En la otra sostenía su maletín de doctor.
--- Ha! Si…me encanta leer, pero debo aceptar que la literatura metafísica no es mi fuerte --- Dije señalando el libro de Alan Kardek.
--- Estrictamente hablando --- dijo ---toda literatura es metafísica, así sea un manual para ingenieros o un libro de anatomía ¿no cree? –
--- interesante su punto de vista, doctora. Entonces debo corregir: aunque he escuchado acerca de ellas, no conozco la obra de Karen Lara ni la de Conny Méndez—
--pues le recomiendo que empiece a conocerlas. Si gusta le presto un libro, el que usted escoja –
--- Si, muchas gracias, doctora. Por cierto, no encontré en el librero ninguna biografía de Pancho Villa, y por lo que veo, usted lo admira mucho –
--- Es más que admiración—dijo ella, enfática. Luego agregó--… Y ya sé todo de mi General. Por ejemplo, que es muy milagroso y que, si le tenemos su altar iluminado y no le falta su vasito de tequila, nos da carácter para enfrentar todos los problemas que se nos presenten, aún los más difíciles—  Abrió el maletín y sacó de su interior una lamparita y un estetoscopio.
---desabróchese la camisa—me ordenó.
Yo la miré a los ojos mientras terminaba de desabrochar el último botón de mi camisa. Le mostré el pecho lleno de moretones.
---Lamento contrariarla, doctora, pero todos los biógrafos de Villa coinciden que el General era estrictamente abstemio –
---¿qué quiere decir? – me miró sorprendida
---que su General no tomaba ni una sola gota de alcohol, además, odiaba a los borrachos –
--- ¡Cómo que mi General no tomaba tequila!, entonces ¿qué tomaba? -- Parecía que la doctora había recibido un derechazo.
---tomaba malteadas de fresa – Le contesté. Ella chistó incrédula y la luz de la lamparita me hirió los ojos.
---¿malteadas de fresa?, es lo que toma mi instructor de Yoga --- dijo con un gesto de desilusión.
---¿y su instructor de Yoga no merece un altar? – pregunté socarronamente.
--- pues si, pero de otro tipo – Dijo ella, palpándome los moretones que me cubrían las costillas. –oiga—me dijo alumbrándome el pecho con la lamparita– mire que moreteado está, que tranquiza le arrimaron, debería encomendarse a mi General antes de subirse al ring, así no le iría tan mal –
Yo repliqué --- ya le dije que a Villa no le gustaba el tequila.
--- pues póngale sus malteadas de fresa— me dijo como quien reprende a un bobo. Luego agregó ---pobre de mi General, a él que le encantaban las malteadas y yo poniéndole su botellota de tequila. ¡Qué bárbaro!, se ponía borrachito y me hacía los milagros alrevesados. Yo creo que por eso cuando le pedí un novio me mandó primero a mi maestro de Yoga… y luego a usted, que es boxeador, y así moreteado ¿para qué me sirve? ---
---sería cuestión de investigar--- suspiré.
---¿le duele aquí? – me preguntó presionando su mano contra mi pecho.
--si, mucho—ahogué un quejido.
--¿y aquí?—
--ahí me duele menos, doctora --
--¿y acá? —
--no, doctora, ahí ya no me duele nada, nadita--
La doctora palpó mi abdomen, donde había moretones y donde no los había. Cerré los ojos y dejé que me auscultara todo lo que quisiera.  El tequila había disipado el dolor y en el altar del recibidor, Pancho Villa sonreía, pícaro, con los ojos achispados por los vapores del tequila.










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