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viernes, 10 de junio de 2016

De hombres, mujeres y lobos

De hombres, mujeres y lobos


En su deslumbrante ensayo titulado “El simio desnudo”, el etólogo inglés Desmond Morris, nos dice que el ser humano, sexualmente se encuentra hoy en día en una situación un tanto confusa. 
Como primate, es impulsado en una dirección; como carnívoro por adopción, es impulsado en otra.
Sea como fuere, el grado evolutivo alcanzado por el homo sapiens es sorprendente. Por ejemplo, el varón humano tiene el pene más grande de todos los primates (chimpancés y gorilas incluidos) y la hembra de nuestra especie tiene  senos desarrollados y especializados que además de desempeñar las funciones de amamantar a las crías, juegan un rol importante y fundamental en la atracción sexual.

Durante la fase pre copulativa y durante el coito, el pezón femenino será lamido, chupado e incluso mordido por el varón y cuando la hembra haya alcanzado el orgasmo, su seno aumentará por término medio un 25% de sus dimensiones normales. Por increíble que parezca, Morris deduce que los senos redondeados y hemisféricos  de nuestra hembra son copia de las carnosas nalgas y de ahí surge el atractivo de índole sexual que despierta en el macho de nuestra especie.  
A pesar de la brillantez de su ensayo, Morris no comenta nada acerca del atractivo de las nalgas masculinas hacia las hembras, aunque es un hecho que las mujeres se sienten atraídas por un trasero masculino con una buena dotación de nalgas.

Intrigado por esta preferencia femenina, me puse a investigar infructuosamente por largo tiempo hasta que por un golpe de suerte, en una librería de usados en el puerto de Tampico, me encontré un libro maltratado, sin título y sin pastas, traducido al español autoría de un tal Dr. Igor Tovarich. En este ensayo, el desconocido Dr. Tovarich nos dice que el número de mujeres con que el hombre primitivo se podía aparear era directamente proporcional a su posición jerárquica dentro de la manada. Es decir, el macho Alfa seleccionaba a las hembras más hermosas y fértiles para aparearse y ellas copularían gustosas con él , mientras rechazaban a los varones de menor rango, que  deberían  conformarse con las mujeres que el líder desechaba... o con nada.
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En el crudo invierno de la era glacial, las pieles de lobo eran símbolo de estatus y riqueza;  el más poderoso y hábil cazador tendría el mayor número de pieles con que abrigar a sus esposas y cachorros. Las pieles de lobo de un macho Alfa servían como trofeos de caza, cálido abrigo y mullido lecho nupcial, pero sobre todo, como símbolo de su estatus.  Las actividades propias de la conquista de esas pieles, por ejemplo, la  persecución de la presa o la lucha contra un enemigo de alguna tribu rival, desarrollarían en el macho los músculos de las piernas y agrandarían en especial las poderosas nalgas. De ahí que las mujeres aprecien sexualmente un trasero firme en el varón de nuestra especie. Unas nalgas firmes le aseguraban instintivamente a la hembra que el cazador podría correr la distancia y a la velocidad necesarias para garantizarle alimento y abrigo a ella y sus crías.

Las mujeres de hoy en día no están atenidas a que ningún macho les provea vestido y sustento; las pieles de lobo dejaron de ser un símbolo de jerarquía y estatus; tampoco es necesario desarrollar nalgas que nos den resistencia y velocidad de cazador de la era glacial. Sin embrago, al ver una chica hermosa del brazo de un hombre feo, subirse a la camioneta Ford Lobo de este y partir a toda velocidad, me da la impresión que en cuanto a hombres, mujeres y lobos, no hemos cambiado mucho en los últimos 10 mil años.



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