google.com, pub-3435181644107017, DIRECT, f08c47fec0942fa0 PARA COMERTE MEJOR: noviembre 2015

viernes, 13 de noviembre de 2015

El Filósofo que vivía en un viejo barril


El filósofo que vivía en un barril

Hoy vamos a hablar de un personaje cuya ropa era un auténtico remiendo, que siempre traía hambre, que le encantaban las tortas y que vivía dentro de un viejo barril.
Personaje que a pesar de su infinita pobreza nos ha dejado una enseñanza filosófica que trasciende el tiempo y el espacio.
Hoy vamos a hablar de diogenes de sinope.
Si! De diogenes de sinope, si acaso imaginaste a otra persona, te recomiendo que veas menos tele, y que leas más libros.
Esta es la historia del más cínico, rebelde y carismático de todos los sabios de la antigüedad.
Diógenes el cínico también conocido como diogenes el perro, nació en sinope, en lo que actualmente es turquia.
Cuando cumplió 15 años viajó al oráculo de delfos para que le profetizaran su destino.
Quería saber que necesitaba para ser famoso.
La pitonisa le contestó que para conseguirlo deberia cambiar el curso de la moneda.
El joven diogenes tomo la profecía al pie de la letra y convenció a su padre que era dueño de un banco de comenzar a falsificar monedas.
Pronto fueron descubiertos y el castigo fue severo: los bienes de la familia fueron confiscados, al padre lo condenaron a permanecer encarcelado de por vida, y a diogenes lo condenaron al destierro.
Cuando diogenes abandonaba el pueblo, las personas le insultaban y le apuraban a largarse de la ciudad, entonces diogenes los encaró y les dijo: “ustedes no me condenan al destierro, yo les condeno a ustedes a quedarse”. Fue la primera de sus muchas frases lapidariamente célebres que lo harían pasar a la historia.
Se embarcó hacia atenas, llevando consigo parte de sus riquezas y un esclavo.
Tenía suficiente dinero para vivir sin trabajar por un largo tiempo, y además un esclavo al que le podía sacar provecho.
Pero un día escuchó las enseñanzas del filosofo antistenes,  que recomendaba alejarse de los placeres mundanos para vivir una vida de sencillez y modestia, además rechazaba el culto a los dioses paganos y condenaba la comodidad y el lujo.
Elogiaba el trabajo duro y el estudio de las cosas por medios exactos y no por simples opiniones.
Estas ideas fascinaron a diógenes, quien después de oir el anterior discurso regresó a su casa,   liberó a su esclavo y repartió sus bienes entre los pobres.
Regresó a la academia de antistenes pretendiendo ser su discípulo, pero éste lo rechazó. Entonces diogenes se abrazó a una pierna del maestro y amenazó con no soltarlo hasta que lo admitiera. Antistenes enfurecido levantó su bastón para estrellarlo en la cabeza de diogenes, pero diogenes le dijo “no habrá bastón suficientemente duro que me haga soltarte, decide tu si te conviertes en mi maestro o en mi verdugo”. Antistenes suspiró hondo y aceptó a diogenes como discípulo.
El nuevo alumno renunció a todos sus bienes y adoptó la forma de vestir de los filósofos cínicos: un manto y un morral, en el que guardaba únicamente un plato y una escudilla a manera de vaso, pero un día vio a un niño que bebía de una fuente tomando el agua con el hueco de sus manos, entonces diogenes tiró el vaso, y cuando vio que el niño depositaba la comida dentro de un pan haciendo una torta y que así se podía comer sin plato, rompió el plato y a partir de entonces, bebia agua del cuenco de sus manos y solo comía tortas.
Se apoyaba sobre una fuerte vara que usaba como bastón y se fue a vivir dentro de un viejo barril que encontró abandonado cerca de un templo.
Al poco tiempo, diogenes se decepcionó de su maestro. Antistenes dirigía una academía y encabezaba un movimiento filosófico y a pesar de vestir con una túnica raída era tan soberbio que sócates llegó a decirle «veo, antístenes, tu orgullo a través de los agujeros de tu manto»
Para diogenes, su mentor no era lo suficientemente radical y se separó de la academía de la que tanto quiso formar parte.
Entonces se fue al mercado y tomó un par de cajones de madera viejos y se puso a predicar encima de ellos. Gritaba muy fuerte pero nadie le hacía caso. Al ver que todos lo ignoraban, tomó 3 naranjas y empezó a hacer malabares con ellas al mismo tiempo que cantaba con voz chillona. La gente se empezó a juntar a su alrededor y cuando la concurrencia ya era nutrida, dejó de hacer malabares para decirles “¿que clase de personas son ustedes que ignoran a un maestro y se detienen a escuchar a un payaso?” Y ahí no dejó títere con cabeza: reprendió a todo mundo y los tachó de estúpidos por acudir prestos a oir a los charlatanes.
Les reprendió dicéndoles: cuando considero a los magistrados, a los médicos y a los filósofos, tengo intenciones de creer que el hombre por su sabiduría es muy superior a los animales; pero cuando veo que hay quien cree en adivinos, intérpretes de sueños y gente que se envanecen con los honores y con las riquezas, creo que de todos los animales el más necio es el hombre.
Había comenzado la carrera del más rebelde, trasgresor y honesto de los filósofos que nos ha legado la antigua grecia.
Diogenes se burlaba de las normas, y las trasgredía por completo.
Un día fue invitado a un banquete que se celebraba en la casa de un ateniense adinerado. Al llegar al banquete escupió en el patio, así que al pasar dentro de la casa, el dueño le  reprendió; “diogenes, si miras bien, las paredes están impecablemente pintadas y el piso muy bien pulido. No escupas en lo que está limpio” entonces diogenes, miró a su alrededor sin contestar, carraspeó un poco, juntó un gargajo gigantesco y lo escupió directamente en la cara del dueño. Todo mundo se quedó desconcertado.
Cuando algiuen por fin le preguntó: “diogenes, por que has hecho eso”, diogenes contestó “todo estaba limpio, lo único sucio era su cara”. Sobra decir que diogenes tuvo que salir corriendo, mientras le llovían golpes por todos lados.
Cuando llegó a la calle bajo una lluvia de puñetazos gritó “hombres de atenas, defiendanme” unos cuantos llegaron tímidamente en su auxilio. Entonces, al ver que los recien llegados vacilaban en defenderlo, gritó aun con más fuerza “dije hombres, no basura”. Ahora todos le golpeaban, incluso los que llegaron a defenderle.
Fue por ese entonces que le comenzaron a llamar “el perro”.
Un día en el que fue invitado a un banquete, los hijos de unos magistrados comenzaron a aventarle huesos, como a un perro. Entonces diogenes se subió a la mesa, caminó de mesa en mesa hasta llegar a aquellos mirreyes griegos, se levantó la túnica y se meó encima de ellos diciendo “le han dado huesos al perro, ahora el perro los mea”.
Diogenes quería notoriedad y estaba desatado. Comenzó a desafiar intelectualmente al más influyente, conocido y respetado de los filósofos griegos: platón.
A diferencia de diogenes, platón se sentía cómodo entre los nobles y la gente rica. Así que no tuvo problema en pasar un tiempo en la corte de dionisio, tirano de siracusa.
Cuando platón regresó a atenas,  se hizo un banquete en su honor y diogenes pasó por la casa donde se celebraba la comilona. Encontró a platón que disfrutaba de unas aceitunas y le gritó:”sabio platon, me sorprende que hayas viajado hasta sicilia, a comer en grandes mesas y a compartir los lujosos banquetes de tiranos como dionisio y ahora estés aquí, comiendo aceitunas”-
Platón respondió con aplomo: lo que no sabes, amigo diogenes, es que allá también comía aceitunas.
A lo que diogenes le responde: pues no entiendo, como es que para comer aceitunas hayas viajado hasta sicilia, si aquí las hay y hasta mejores.
Los comensales se quedan estupefactos. Nadie antes se ha atrevido a hablarle así a platón.
Diogenes sigue su camino y platon le dice: adios amigo diogenes, que los dioses te acompañen. Increiblemente platón no muestra enojo, y adivina en diogenes un rival extraordinario.
Platón dirigía la selecta academia de atenas, y  definía al hombre como un animal de dos patas sin plumas.
Un día diogenes se robó un gallo, y pacientemente, con mucho cuidado, le arrancó todas las plumas sin casi dañarlo. A hurtadillas entro en la academia y cuando escuchó decir a platón que el hombre era un animal bipedo sin plumas, diogenes soltó al gallo desplumado gritando “sabio platón, he ahí a un hombre”, y desternillándose de risa, miraba al gallo correr por todo el salón mientras los discípulos intentaban capturarlo. Entonces platón dijo “no te preocupes, amigo diogenes, agregaremos algo a la definición: el hombre es un animal bipedo sin plumas de uñas anchas”.
Esta vez, platón había ganado el duelo de intelectos. Diogenes salió de ahí aparentemente derrotado, pero al recordar al gallo desplumado corriendo por la academia ateniense, no podía ocultar la sonrisa en los labios.
En una ocasión diogenes llegó a su viejo barril y encontró que alguien le había dejado como regalo una lámpara.
El filósofo rebelde obtuvo la costumbre de  llevar la lámpara encendida día y noche. Cuando alguien le preguntó por qué mal gastaba el caro aceite de la lámpara cuando aun había luz de día, diogenes contestó que buscaba algo “y que es lo que buscas, sabio diogenes”, busco un hombre honesto.
En otra ocasión, cuando vio a un par de magistrados y a un sacerdote que habían capturado a un jovenzuelo que robó en el templo, diogenes les increpó: hey,  ahí van tres ladrones grandes y llevan un ladrón pequeño.
Al paso del tiempo, los atenienses respetaron a diogenes y aunque les chocaban sus modales rudos, reconocieron en él un filósofo brillante
Un dia sin previo aviso, diogenes se embarcó y cayó prisionero de unos piratas que lo fueron a vender como esclavo a corinto.
En el mercado, los esclavistas hacían desfilar a los esclavos ante los compradores diciendo sus habilidades o sus oficios.
Por ejemplo, el esclavo caminaba por la pasarela diciendo si sabía cultivar la tierra, si sabía trabajar la madera o si sabía hacer pan. De esta manera los compradores podían elegir al esclavo que les fuera más útil.
Cuando fue el turno de diogenes le preguntaron “¿tu que sabes hacer?” Y diogenes contestó “yo se mandar, el que quiera comprarse un amo que me compre a mí”. Todos callaron. Entonces diogenes le dijo al vendedor: vendeme a ese que mucho mira y nada compra. Se refería a un corpulento hombre llamado jeníades.
Jeníades acepto comprarlo. Diogenes bajó de la pasarela y dijo “ahora soy tu amo, disponte a obedecerme”.
Jeníades le confió la educación de sus hijos. Cuando diogenes llegó a la casa y miró al par de muchachos recostados en la sombra, los levantó a palos y les enseñó a cultivar la tierra, a montar a caballo, a boxear y a disparar con el arco. Cuando los mozalbetes crecieron eran los más codiciados por las damas y sus músculos estaban fuertemente tenzados y sus cuerpos no tenían nada que envidiarle a los de los atenienses.
Ya anciano y cansado, diogenes pasaba la mayor parte del tiempo tomando el sol, recargado en su viejo barril. Eran los tiempos en que alejandro magno gobernaba el mundo. A su paso por corinto el emperador quiso visitar a diogenes.
Llegó con toda la pompa y boato al barrio de crateno donde diogenes tomaba el sol.
Junto con alejandro venían su lugartenientes y una gran comitiva formada por lo más selecto de la sociedad de corinto. (si un político poderoso ha visitado tu colonia o un lider sindical ha visitado tu centro de trabajo, ya te podrás imaginar como está la cosa) todos inclinaban la cabeza al paso de alejandro el grande. Sin embargo, diogenes no se inmutó.
El emperador guerrero bajó de su famoso caballo bucéfalo y se presentó ante diogenes:
Soy alejandro magno, el rey de macedonia
Y yo soy diogenes el perro, contestó el filósofo sin despegarse de su barril.
Los acompañantes del emperador se sintieron incómodos por la respuesta áspera de diogenes.
Y por que te dicen perro— preguntó alejandro.
Por que doy lenguetazos al que me acaricia y muerdo al que me patea, no cómo estos que muerden la mano que les alimenta y besan la bota que les oprime el cuello. –
Los guardias reales desenfundaron las espadas, pero alejandro los calmó con un gesto de la mano y le dijo al anciano
Pueblos y monarcas tiemblan tan solo al escuchar mi nombre, dime diogenes, no me tienes miedo. ---
-- dime tu alejandro ¿eres bueno, o eres malo?
-- alejandro se consideraba un buen rey, así que contestó – soy bueno—
--- si eres bueno, entonces, por que habría de temerte? –
Los acompañantes del rey estaban molestos, pensaban que el viejo filósofo era un igualado, pero alejandro estaba fascinado, así que le dijo
Sabio diogenes, pídeme lo que quieras –
Te puedo pedir lo que yo quiera y me lo vas a conceder? – preguntó diogenes.
-- si, diogenes…un palacio, una provincia, lo que tu quieras—
-- entonces te pido que te quites del sol que me lo estas tapando—
Los soldados volvieron a empuñar la espada y los invitados del rey estaban escandalizados, pero alejandro el grande, emperador del mundo, dijo:
Silencio, han de saber que de no ser alejandro, me hubiera gustado ser diogenes. Y se alejó de ahí haciendo una reverencia y sin darle la espalda al anciano, como un súbdito ante un rey.
La escena era contraria a toda lógica y finalmente, la profecía se cumplía: por que alejandro magno, el amo del mundo inclinaba su cabeza ante diogenes, un esclavo que había renunciado a todos sus bienes- de cierta manera se había cambiado el curso de la moneda.