El filósofo
que vivía en un barril
Hoy vamos a
hablar de un personaje cuya ropa era un auténtico remiendo, que siempre traía
hambre, que le encantaban las tortas y que vivía dentro de un viejo barril.
Personaje
que a pesar de su infinita pobreza nos ha dejado una enseñanza filosófica
que trasciende el tiempo y el espacio.
Hoy vamos a
hablar de diogenes de sinope.
Si! De
diogenes de sinope, si acaso imaginaste a otra persona, te recomiendo que veas
menos tele, y que leas más libros.
Esta es la
historia del más cínico, rebelde y carismático de todos los sabios de la
antigüedad.
Diógenes el
cínico también conocido como diogenes el perro, nació en sinope, en lo que actualmente
es turquia.
Cuando
cumplió 15 años viajó al oráculo de delfos para que le profetizaran su destino.
Quería
saber que necesitaba para ser famoso.
La pitonisa
le contestó que para conseguirlo deberia cambiar el curso de la moneda.
El joven
diogenes tomo la profecía al pie de la letra y convenció a su padre que era
dueño de un banco de comenzar a falsificar monedas.
Pronto
fueron descubiertos y el castigo fue severo: los bienes de la familia fueron
confiscados, al padre lo condenaron a permanecer encarcelado de por vida, y a
diogenes lo condenaron al destierro.
Cuando
diogenes abandonaba el pueblo, las personas le insultaban y le apuraban a
largarse de la ciudad, entonces diogenes los encaró y les dijo: “ustedes no me
condenan al destierro, yo les condeno a ustedes a quedarse”. Fue la primera de
sus muchas frases lapidariamente célebres que lo harían pasar a la historia.
Se embarcó
hacia atenas, llevando consigo parte de sus riquezas y un esclavo.
Tenía
suficiente dinero para vivir sin trabajar por un largo tiempo, y además un
esclavo al que le podía sacar provecho.
Pero un día
escuchó las enseñanzas del filosofo antistenes, que recomendaba alejarse
de los placeres mundanos para vivir una vida de sencillez y modestia, además
rechazaba el culto a los dioses paganos y condenaba la comodidad y el lujo.
Elogiaba el
trabajo duro y el estudio de las cosas por medios exactos y no por simples
opiniones.
Estas ideas
fascinaron a diógenes, quien después de oir el anterior discurso regresó a su
casa, liberó a su esclavo y repartió sus bienes entre los pobres.
Regresó a
la academia de antistenes pretendiendo ser su discípulo, pero éste lo rechazó.
Entonces diogenes se abrazó a una pierna del maestro y amenazó con no soltarlo
hasta que lo admitiera. Antistenes enfurecido levantó su bastón para
estrellarlo en la cabeza de diogenes, pero diogenes le dijo “no habrá bastón
suficientemente duro que me haga soltarte, decide tu si te conviertes en mi
maestro o en mi verdugo”. Antistenes suspiró hondo y aceptó a diogenes como
discípulo.
El nuevo
alumno renunció a todos sus bienes y adoptó la forma de vestir de los filósofos
cínicos: un manto y un morral, en el que guardaba únicamente un plato y una
escudilla a manera de vaso, pero un día vio a un niño que bebía de una fuente
tomando el agua con el hueco de sus manos, entonces diogenes tiró el vaso, y
cuando vio que el niño depositaba la comida dentro de un pan haciendo una torta
y que así se podía comer sin plato, rompió el plato y a partir de entonces,
bebia agua del cuenco de sus manos y solo comía tortas.
Se apoyaba
sobre una fuerte vara que usaba como bastón y se fue a vivir dentro de un viejo
barril que encontró abandonado cerca de un templo.
Al poco
tiempo, diogenes se decepcionó de su maestro. Antistenes dirigía una academía y
encabezaba un movimiento filosófico y a pesar de vestir con una túnica raída
era tan soberbio que sócates llegó a decirle «veo, antístenes, tu orgullo a través de los agujeros de tu
manto»
Para
diogenes, su mentor no era lo suficientemente radical y se separó de la
academía de la que tanto quiso formar parte.
Entonces se
fue al mercado y tomó un par de cajones de madera viejos y se puso a predicar
encima de ellos. Gritaba muy fuerte pero nadie le hacía caso. Al ver que todos
lo ignoraban, tomó 3 naranjas y empezó a hacer malabares con ellas al mismo
tiempo que cantaba con voz chillona. La gente se empezó a juntar a su alrededor
y cuando la concurrencia ya era nutrida, dejó de hacer malabares para decirles
“¿que clase de personas son ustedes que ignoran a un maestro y se detienen a
escuchar a un payaso?” Y ahí no dejó títere con cabeza: reprendió a todo mundo
y los tachó de estúpidos por acudir prestos a oir a los charlatanes.
Les
reprendió dicéndoles: cuando considero a los magistrados, a los médicos y a los
filósofos, tengo intenciones de creer que el hombre por su sabiduría es muy
superior a los animales; pero cuando veo que hay quien cree en adivinos,
intérpretes de sueños y gente que se envanecen con los honores y con las
riquezas, creo que de todos los animales el más necio es el hombre.
Había comenzado
la carrera del más rebelde, trasgresor y honesto de los filósofos que nos ha
legado la antigua grecia.
Diogenes se
burlaba de las normas, y las trasgredía por completo.
Un día fue
invitado a un banquete que se celebraba en la casa de un ateniense adinerado.
Al llegar al banquete escupió en el patio, así que al pasar dentro de la casa,
el dueño le reprendió; “diogenes, si miras bien, las paredes están
impecablemente pintadas y el piso muy bien pulido. No escupas en lo que está
limpio” entonces diogenes, miró a su alrededor sin contestar, carraspeó un
poco, juntó un gargajo gigantesco y lo escupió directamente en la cara del
dueño. Todo mundo se quedó desconcertado.
Cuando
algiuen por fin le preguntó: “diogenes, por que has hecho eso”, diogenes contestó
“todo estaba limpio, lo único sucio era su cara”. Sobra decir que diogenes tuvo
que salir corriendo, mientras le llovían golpes por todos lados.
Cuando
llegó a la calle bajo una lluvia de puñetazos gritó “hombres de atenas,
defiendanme” unos cuantos llegaron tímidamente en su auxilio. Entonces, al ver
que los recien llegados vacilaban en defenderlo, gritó aun con más fuerza “dije
hombres, no basura”. Ahora todos le golpeaban, incluso los que llegaron a
defenderle.
Fue por ese
entonces que le comenzaron a llamar “el perro”.
Un día en
el que fue invitado a un banquete, los hijos de unos magistrados comenzaron a
aventarle huesos, como a un perro. Entonces diogenes se subió a la mesa, caminó
de mesa en mesa hasta llegar a aquellos mirreyes griegos, se levantó la túnica
y se meó encima de ellos diciendo “le han dado huesos al perro, ahora el perro
los mea”.
Diogenes
quería notoriedad y estaba desatado. Comenzó a desafiar intelectualmente al más
influyente, conocido y respetado de los filósofos griegos: platón.
A
diferencia de diogenes, platón se sentía cómodo entre los nobles y la gente
rica. Así que no tuvo problema en pasar un tiempo en la corte de dionisio,
tirano de siracusa.
Cuando
platón regresó a atenas, se hizo un banquete en su honor y diogenes pasó
por la casa donde se celebraba la comilona. Encontró a platón que disfrutaba de
unas aceitunas y le gritó:”sabio platon, me sorprende que hayas viajado hasta
sicilia, a comer en grandes mesas y a compartir los lujosos banquetes de
tiranos como dionisio y ahora estés aquí, comiendo aceitunas”-
Platón
respondió con aplomo: lo que no sabes, amigo diogenes, es que allá también
comía aceitunas.
A lo que
diogenes le responde: pues no entiendo, como es que para comer aceitunas hayas
viajado hasta sicilia, si aquí las hay y hasta mejores.
Los
comensales se quedan estupefactos. Nadie antes se ha atrevido a hablarle así a
platón.
Diogenes
sigue su camino y platon le dice: adios amigo diogenes, que los dioses te
acompañen. Increiblemente platón no muestra enojo, y adivina en diogenes un
rival extraordinario.
Platón
dirigía la selecta academia de atenas, y definía al hombre como un animal
de dos patas sin plumas.
Un día
diogenes se robó un gallo, y pacientemente, con mucho cuidado, le arrancó todas
las plumas sin casi dañarlo. A
hurtadillas entro en la academia y cuando escuchó decir a platón que el hombre
era un animal bipedo sin plumas, diogenes soltó al gallo desplumado gritando
“sabio platón, he ahí a un hombre”, y desternillándose de risa, miraba al gallo
correr por todo el salón mientras los discípulos intentaban capturarlo.
Entonces platón dijo “no te preocupes, amigo diogenes, agregaremos algo a la
definición: el hombre es un animal bipedo sin plumas de uñas anchas”.
Esta vez,
platón había ganado el duelo de intelectos. Diogenes salió de ahí aparentemente
derrotado, pero al recordar al gallo desplumado corriendo por la academia
ateniense, no podía ocultar la sonrisa en los labios.
En una
ocasión diogenes llegó a su viejo barril y encontró que alguien le había dejado
como regalo una lámpara.
El filósofo
rebelde obtuvo la costumbre de llevar la lámpara encendida día y noche.
Cuando alguien le preguntó por qué mal gastaba el caro aceite de la lámpara
cuando aun había luz de día, diogenes contestó que buscaba algo “y que es lo
que buscas, sabio diogenes”, busco un hombre honesto.
En otra
ocasión, cuando vio a un par de magistrados y a un sacerdote que habían capturado
a un jovenzuelo que robó en el templo, diogenes les increpó: hey, ahí van
tres ladrones grandes y llevan un ladrón pequeño.
Al paso del
tiempo, los atenienses respetaron a diogenes y aunque les chocaban sus modales
rudos, reconocieron en él un filósofo brillante
Un dia sin
previo aviso, diogenes se embarcó y cayó prisionero de unos piratas que lo
fueron a vender como esclavo a corinto.
En el
mercado, los esclavistas hacían desfilar a los esclavos ante los compradores
diciendo sus habilidades o sus oficios.
Por
ejemplo, el esclavo caminaba por la pasarela diciendo si sabía cultivar la
tierra, si sabía trabajar la madera o si sabía hacer pan. De esta manera los
compradores podían elegir al esclavo que les fuera más útil.
Cuando fue
el turno de diogenes le preguntaron “¿tu que sabes hacer?” Y diogenes contestó
“yo se mandar, el que quiera comprarse un amo que me compre a mí”. Todos
callaron. Entonces diogenes le dijo al vendedor: vendeme a ese que mucho mira y
nada compra. Se refería a un corpulento hombre llamado jeníades.
Jeníades
acepto comprarlo. Diogenes bajó de la pasarela y dijo “ahora soy tu amo,
disponte a obedecerme”.
Jeníades le
confió la educación de sus hijos. Cuando diogenes llegó a la casa y miró al par
de muchachos recostados en la sombra, los levantó a palos y les enseñó a
cultivar la tierra, a montar a caballo, a boxear y a disparar con el arco.
Cuando los mozalbetes crecieron eran los más codiciados por las damas y sus
músculos estaban fuertemente tenzados y sus cuerpos no tenían nada que envidiarle
a los de los atenienses.
Ya anciano
y cansado, diogenes pasaba la mayor parte del tiempo tomando el sol, recargado
en su viejo barril. Eran los tiempos en que alejandro magno gobernaba el mundo.
A su paso por corinto el emperador quiso visitar a diogenes.
Llegó con
toda la pompa y boato al barrio de crateno donde diogenes tomaba el sol.
Junto con
alejandro venían su lugartenientes y una gran comitiva formada por lo más
selecto de la sociedad de corinto. (si un político poderoso ha visitado tu
colonia o un lider sindical ha visitado tu centro de trabajo, ya te podrás
imaginar como está la cosa) todos inclinaban la cabeza al paso de alejandro el
grande. Sin embargo, diogenes no se inmutó.
El
emperador guerrero bajó de su famoso caballo bucéfalo y se presentó ante
diogenes:
Soy
alejandro magno, el rey de macedonia
Y yo soy
diogenes el perro, contestó el filósofo sin despegarse de su barril.
Los
acompañantes del emperador se sintieron incómodos por la respuesta áspera de
diogenes.
Y por que
te dicen perro— preguntó alejandro.
Por que doy
lenguetazos al que me acaricia y muerdo al que me patea, no cómo estos que
muerden la mano que les alimenta y besan la bota que les oprime el cuello. –
Los
guardias reales desenfundaron las espadas, pero alejandro los calmó con un
gesto de la mano y le dijo al anciano
Pueblos y
monarcas tiemblan tan solo al escuchar mi nombre, dime diogenes, no me tienes
miedo. ---
-- dime tu
alejandro ¿eres bueno, o eres malo?
--
alejandro se consideraba un buen rey, así que contestó – soy bueno—
--- si eres
bueno, entonces, por que habría de temerte? –
Los
acompañantes del rey estaban molestos, pensaban que el viejo filósofo era un
igualado, pero alejandro estaba fascinado, así que le dijo
Sabio
diogenes, pídeme lo que quieras –
Te puedo
pedir lo que yo quiera y me lo vas a conceder? – preguntó diogenes.
-- si,
diogenes…un palacio, una provincia, lo que tu quieras—
-- entonces
te pido que te quites del sol que me lo estas tapando—
Los
soldados volvieron a empuñar la espada y los invitados del rey estaban
escandalizados, pero alejandro el grande, emperador del mundo, dijo:
Silencio,
han de saber que de no ser alejandro, me hubiera gustado ser diogenes. Y se
alejó de ahí haciendo una reverencia y sin darle la espalda al anciano, como un
súbdito ante un rey.
La escena
era contraria a toda lógica y finalmente, la profecía se cumplía: por que
alejandro magno, el amo del mundo inclinaba su cabeza ante diogenes, un esclavo
que había renunciado a todos sus bienes- de cierta manera se había cambiado el
curso de la moneda.